The Hunt I
- axelbeci
- 23 jul 2020
- 3 Min. de lectura
(Recuerdos inconexos de pasos en la nieve de madrugada, 7 años atrás)
Es casi la 1 de la tarde, segundo sábado del mes de octubre, tienes sed. El sol, brillante, te abrasa la piel, dibuja surcos y tatúa a fuego unos números que no se borrarán ya de ella, ni de tu memoria. Pones primero un pie en el suelo, luego el otro, después de casi 6 horas. Todo tu cuerpo chilla y se estremece, te implora parar. Lo ignoras, finges estar en un lugar diferente, engañas a tu mente diciéndole que se imagina el dolor, que no es real. Trastabillas y casi te caes, pero consigues mantener la verticalidad, primero un pie, luego el otro. Y haciendo caso omiso al dolor, la sed, el sol y a tu mente, empiezas a correr. Te desplazas por un pasillo preestablecido, un aura irreal invade el ambiente, como de película. Helicópteros. Respiras, intentas controlar el pulso desbocado.
Llegas a la bolsa, ahí está, esperando. ¿Por qué has tardado tanto? Ignoras esa voz que te dice que lleva demasiado tiempo esperando, que deberías haber llegado mucho antes. Vacías su interior, esparciéndolo por el suelo. Un instante que se hace eterno, como si el tiempo volviese a detenerse, todo a tu alrededor gira a mil revoluciones por minuto mientras tú estás ahí parado, sentado en la silla. Un resorte, un chasquido, te levantas y vuelves a correr. Abandonas ese recinto de caos, la carretera es ancha. Una suave brisa sopla desde el océano, a tu derecha, susurrándote al oído. Intentas subirte en ella y seguir corriendo, avanzando. Respiras, intentas controlar el pulso, desbocado.
El asfalto arde bajo tus pies, la humedad te impregna la piel y el aire a más de 30 grados te abrasa los pulmones con cada bocanada. Ves el primer punto de giro al final de una ligera subida que vuelve a provocar que todo los músculos de tu maltrecho cuerpo griten de dolor. Está ahí también, le ves, por fin, llevas buscándole en cada rostro con el que te has cruzado en los 6 últimos kilómetros. Un vistazo rápido al pasar junto a él, te saca una ventaja de 3 o 4 minutos, no más. Aprietas los dientes y sigues corriendo. Cada vez te cuesta más respirar.
Llevas mucho tiempo queriendo estar aquí, en este momento, en este lugar. Escenario mítico, de batallas imposibles, de hazañas que van algo más allá del límite de lo real. El calor, la humedad, el sol, la soledad. La carretera y tú. ESA carretera y tú. No existe mayor honestidad que la que puede ofrecerte este escenario, no existe mayor brutalidad.
Recuerdos de pasos en el asfalto incandescente, 7 horas atrás.
No sabes muy bien cómo has llegado a este lugar irreal. Unos pocos kilómetros más allá, la carretera se vuelve ondulante, líneas de fondo desubicadas, perdidas en un mar de asfalto que no sabe cómo gestionarlas. El ritmo ha caído, el hielo se derrite antes de que puedas darte cuenta, tu temperatura sigue subiendo y está cerca de llegar a ese límite en el que tu voluntad ya no tendrá poder suficiente para obligar a tus piernas a seguir avanzando. Porque siempre se trató de eso. De no rendirse nunca, de seguir siempre avanzado. Sabes que te diriges al infierno, vas a entrar en él. Lo que ignoras absolutamente es, en cambio, si conseguirás salir.

N.E.L
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